El dadaismo es un movimiento antiartístico, antiliterario y antipoético, por que cuestiona la existencia del arte, la literatura y la poesía. Se presenta como una forma de vivir y como un rechazo absoluto de toda tradición o esquema anterior.
En poesía el dadaísmo abre el campo para la llegada del surrealismo y ayuda a crear un lenguaje poético libre y sin límites. Para entender qué es la estética dadá en el mundo de la poesía nada mejor que recoger los consejos que Tzara propone para hacer un poema dadaísta. El texto fue publicado en la recopilación Siete manifiestos dadá, «Dadá manifiesto sobre el amor débil y el amor amargo», VIII (1924).
Coja un periódico
Coja unas tijeras
Escoja en el periódico un artículo de la longitud que cuenta darle a su poema
Recorte el artículo
Recorte en seguida con cuidado cada una de las palabras que forman el articulo y métalas en una bolsa
Agítela suavemente
Ahora saque cada recorte uno tras otro
Copie concienzudamente
en el orden en que hayan salido de la bolsa
El poema se parecerá a usted
Y es usted un escritor infinitamente original y de una sensibilidad hechizante, aunque incomprendido del vulgo.
Así que yo hice eso, cogí 50 palabras las mezcle y salió este relato. Espero que disfruteís.
RECUERDOS (Un relato dadaista).
Estaba tomándome un té con pan tostado en la terraza del bar del Paraíso por la noche, como hacía para el desayuno, cuando de repente oí un ruido metálico, el colgante que llevaba puesto había caído con tan mala suerte en el hueco del alcantarillado. Del salto que di para poder recuperarme, me di un golpe en la cabeza con el parasol, estaba totalmente aturdida, ese colgante me lo había regalado una buena amiga. Ella me enseñó a hacer dibujos en una pizarra cuando teníamos seis años, siempre juntas, hasta el jarabe nos lo tomábamos juntas, cuando una se ponía enferma, yo también.
Tras el susto del colgante, me fui con una rabia tremenda a coger el metro. El desayuno del día siguiente me había caído fatal sólo tenía ganas de llegar a mi barrio, subir al mirador que hay en el parque del Nen de la Rutlla , ver a los niños jugando, un bebé dormido en su cochecito, con olor a perfume de flores, a eucalipto, fuera de toda esta maldita multitud de gente de ciudad. Desde allí miraba cada día los barcos que salían del puerto, recordaba un periodista que explicó en un libro, que perdió un botón en un viaje que hizo, y un día estaba en la montaña de Montjuïc con el móvil sonando, y sonando, y de repente por una escalera que sube arriba de la montaña, en uno de los escalones se encontró el botón que había perdido, como en un monólogo se preguntaba ¿Cómo era posible que estuviera el botón aquí?…….
Llegaba la noche y tenía que buscar refugio, no había comprado ni un solo bocadillo, y la noche sería larga, quería disfrutar de amanecer.
«Desde la azotea de casa de mi madre se podía observar toda Barcelona, los autobuses no llegaban hasta donde ella vivía, pero podía observar, un regalo, una vista única de Barcelona. Había una página en Facebook de fotos antiguas de Barcelona en la que cientos de usuarios colgaban cada día las fotos de sus abuelos, como en un museo se iban catalogando por años, barrios, todo bien colocado como guantes de seda, entran suavemente, como un poema que lees, no te das cuenta y lo has memorizado de lo bonito que es …. «, comenzaba así el libro del periodista, éste que nunca terminó, ni publicó, pobre periodista que quiso hacerse rico y lo único que consiguió es abrir una tienda de periódicos en una gasolinera de la autopista que va a Barcelona, esa tienda parecía una biblioteca. Había unas revistas muy curiosas que hablaban del palacio del Rey de Dubai. Fue feliz como un bebé chupando la cuchara de su primer yogurt, hasta el día que se jubilo.
Desde aquel día sólo iba a ver la muralla que había pintada en el autobúsese que pasaba cada cinco minutos por delante de su casa, después a las cinco de la tarde iba a la estación de tren y miraba a la misma señora que cada día cogía el mismo tren a la misma hora. Los miércoles siempre llevaba un globo de color plateado en la mano y unos pañuelos que parecían sábanas de satén. Él le ofrecía una taza de chocolate para que no pasara frío mientras esperaba el tren, pero ella no quería, daba mil excusas: «que si me voy a buscar un buzón que tengo que echar una carta urgente, que si voy a ver si encuentro un diario para ver que concierto hacen esta semana en el Liceo …», señalaba con su pluma los anuncios de las actividades que hacían los fines de semana.
De repente un melodía, una canción con trabalenguas sonó en aquel lugar iluminado con una vela roja y un reloj de péndulo de más de cincuenta años, ella, artista esperpéntica cantaba una canción para el jubilado.
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